EL RIO DUERO

El Duero, aromática cuna del Vino de Oporto

El Duero fluye entre los viñedos, ideales entre sus aguas resplandecientes. Es el testigo privilegiado de los
secretos de fabricación del vino de Oporto, conocido y exportado desde hace varios siglos. El río destila un arte de vivir romántico y nostálgico en el corazón de una naturaleza salvaje recorrida de aromas de naranjas y mimosas en flor. El Duero, río de Oro de Portugal, al sur de Europa, narra una de las más hermosas historias de amor entre el ser humano y la vid.

Los viñedos constituyen el gran atractivo del valle el Duero. Fueron necesarios veinte siglos desde los romanos para realizar esta arquitectura de terrazas y escalones y plantar las vides en laderas inclinadas hasta 70º en algunos casos. Generaciones de viticultores han construido miles de kilómetros de muretes de apoyo que trepan hasta 700 m de altitud.

El vino de Oporto desde el siglo XIII

La recompensa de todos esos esfuerzos es el vino de Oporto, que los ingleses adoran desde el siglo XVII.

Las quintas, granjas vitícolas, son bellas fincas impecables, que iluminan los viñedos, donde las vendimias se efectúan aún a la antigua usanza.

La denominación de Vino de Oporto aparece en 1675. La historia nos cuenta que la fórmula del oporto fue puesta a punto por un religioso que vertió algunas medidas de aguardiente en una cuba para bloquear la fermentación de las uvas durante su transporte en barco. Pero hubo que esperar varias décadas antes de que se obtuviera el vino que conocemos ahora, mezcla de unos quince crudos de añadas y calidades diversas.

La región del Duero es la región con denominación de origen más antigua del mundo. Cuenta con casi 30.000 ha de viñas distribuidas entre 26.000 viticultores.

Durante mucho tiempo, los barriles de vino cargados a bordo de los “barcos rabelos”, esas naves de perfil fenicio o “barcos con cola” fueron transportados hasta Oporto por vía fluvial. Estos barcos coloridos sólo constituyen en la actualidad una atracción turística de la ciudad portuaria que invita a degustar su vino embriagador en las bodegas de Vila Nova de Gaia en la otra orilla.

La vida en rosa

Este intermedio gourmet le hará ver la vida en rosa. Rosa como los tejados de la ciudad portuaria que da su nombre al vino. Le permitirá descubrirla inmiscuyéndose en su vida, en el conjunto de escaleras y callejuelas repletas de ropa colgada. En los mercados rebosantes de gente. Paredes despiertas gracias a la luz de los azulejos típicos de loza azul que narran la historia del barrio de Ribeira en particular, su vida,
su pasado, sus creencias.

La Torre de los Clérigos, campanario de más de 76 m. de altura, levantado en el siglo XVIII, ofrece una
vista panorámica de Oporto y su casco histórico declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO.

La segunda ciudad de Portugal, golpeada por las olas del Océano Atlántico, es una metrópolis de 350.000 habitantes de intenso tráfico. Existen tres puentes que facilitan la vida económica de la región. El levantado por Gustave Eiffel a finales del siglo XIX, atraviesa los 150 m. del valle del Duero.

Dominado por cinco presas

Otra vida, oculta lejos, aguas arriba del Duero, espera al turista: la vida más áspera y cálida al mismo tiempo de la naturaleza salvaje. Entre una guardia de honor de viñedos a lo largo de casi 200 Km. desde Oporto hasta la frontera española, el río de Oro recupera su protagonismo. Su longitud es de 850 Km. y su nacimiento se encuentra en España, a 2.250 m. de altitud. Cuando atraviesa Castilla, se muestra como un río tranquilo. Cinco presas que forman parte asimismo del atractivo del río, calman su cauce: Crestuna, Carrapatello, que es la más alta de Europa con 35 m., Régua, Valéria y Pocinho marcan el cauce del río.

Alberga igualmente poderosas centrales hidroeléctricas.

Son obligatorias algunas escalas culturales y poéticas: la visita de Vila Real, reconocida por su arquitectura religiosa y el palacio Solar Mateus.

Más lejos, Pinhão y Barca de Alva, garantizan la ebriedad de los sentidos en el corazón de un país que ha
vivido durante mucho tiempo replegado en si mismo.

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